Me guío por el sonido que rodea a la primera estrella.
El sudor que me cubre se congela. Mis ojos han caído en pozo de blanca oscuridad.
A barlovento, las focas gritan como niñas recién violadas.
A sotavento, una voz irreconocible me cuenta la historia de Jasón y los argonautas.
Sed y Luna me clavan sus hileras de dientes.
Quien no ha sentido estas fauces devorando el cerebro, ignora que en el infierno graznan aves del paraíso.
Estoy sobre un colchón de lodo y excremento.
El vellocino de oro esconde la sangrante cabeza de Paura.
Circe transforma mi pene en aurora boreal.
Cantan las sirenas y se suspende el juego de pelota.
Mis manos están llenas de senos.
La cama es un esquife que flota sin gobierno, un féretro que chocará en segundos contra el iceberg.
Francisco Hernández. Poesía Reunida.
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