A MEDIANOCHE, cuando el viento sopla a ciento veinte nudos, subo a mi puesto de vigía y te descubro: estás en el centro del jardín, junto a una fuente en ruinas donde tu sombra dispersa a las hormigas.
Tienes la edad en flor de los suicidas, el triste oficio de la canción de cuna y un sombrero azul que entre tus manos transparentes parece un caracol guardado por dos lágrimas.
Sobre tu hombro izquierdo danzan unicornios. Sobre tu hombro derecho flota la mariposa que buscan los sonámbulos.
En tus labios no ha nacido mi nombre, el dolor no existe y en las ruinas de la fuente pierde su canto un pájaro sin alas.
Francisco Hernández, Antojo de trampa. Segunda Antología Personal, FCE, 1999.
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