Posas tu mano sobre mi frente y desde lo más frío de la mirada me dices que el mar es infinito como la suavidad que descansa en el cuello de la paloma, como el recuerdo de una mujer a quien la muerte sorprendió dormida, como el amor sereno de las piedras, como el insomnio que reverdece la almohada del asesino, como el desasosiego de los castos y la refinada violencia del olvido, como la voz que resuena en los acantilados sin fondo de las células, como...
Francisco Hernández, Poesía Reunida, UNAM, 1996.
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