A un cierto conocimiento de uno mismo y en unas ciertas circunstancias inherentes, favorables para la observación, debe ocurrir normalmente que uno se encuentre detestable. Toda medida para lo bueno – por muy diversas que sean las opiniones al respecto- parecerá demasiado grande. Nos daremos cuenta de que no somos más que un nido de ratas, de pensamientos ocultos y maliciosos. Estos pensamientos serán tan sucios que ni siquiera se decidirá uno a pensarlo hasta el fin, a observarse a sí mismo, sino que se limitará a contemplarlas a distancia. Estos pensamientos no implican únicamente egoísmo; frente a ellos, el egoísmo nos parecerá un ideal de bondad y de belleza. La suciedad con que uno se enfrenta es algo que existe por sí mismo; descubriremos que venimos de un mundo lleno hasta rebozar de tal inmundicia, y que, por su causa, dejaremos el mundo sin ser reconocidos o demasiado reconocidos. Esta suciedad es lo más bajo que encontraremos; el fondo del fondo no contiene lava, sino suciedad. Será lo más bajo y lo más alto, e incluso las dudas provocadas por la observación de uno mismo serán muy pronto tan débiles y autosatisfechas como el revolverse de un cerdo en el estiércol.
Kafka. Diarios (1910-1913) pág. 290
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