noviembre 29, 2007

Norberto de la Torre

Dos cuentos de Norberto de la Torre. Poeta, escritor y profesor en mi universidad.

Escarabajos

Todos conocen mi propensión al estudio de los animales extraños, es por eso que nadie se sorprende si me ven hurgando en los jardines y los parques, o encaramado en algún muro para seguir el camino pertinaz de las hormigas. Fue así, curioseando, que di con una especie de coleóptero, un escarabajo, que tiene la facultad de mimetizarse, adquiere la textura y el color del entorno, así oculta su presencia para lograr dos cosas: por un lado evita ser descubierto y destruido por sus enemigos naturales; por el otro aguarda el descuido irremediable y fatal de su presa. Las alas que oculta su caparazón le resultan inútiles porque nunca vuela, sólo se arrastra. Habita casi con exclusividad en los rincones más oscuros de los edificios públicos, aunque puedes encontrarlos, a veces, en otros lugares, también públicos, pero siempre atraídos por el aroma del poder que los seduce. Miden de cinco a diez centímetros, según su edad y su sexo. Son de un color metálico, azuloso y atrayente. Aparentan ser amables y gustan de asolearse en grupos, salen de sus guaridas sombrías y se reúnen para tomar la luz mientras frotan sus élitros para producir una especie de música que, por momentos, puede resultar agradable y adormecedora. Tienen, sin embargo, una característica repulsiva: son predadores y su objetivo son los otros individuos de su misma especie. Con el afán de saber un poco más del insecto recolecté algunos y los llevé a mi casa para examinarlos con cuidado. Al llegar los saqué de la caja en la que los había depositado y grande fue mi sorpresa al no encontrar más que puros cadáveres. Los bichos se comieron y mutilaron uno al otro, transformaron el depósito en un campo de batalla y en el fondo sólo quedaron cuerpos desgarrados. Fue tal el asco que sentí que, por lo menos durante algún tiempo, abandoné todo interés por los animales y ocupé mi tiempo en redactar parábolas.


Alas

La ciudad se cubrió con alas. Todas las personas estaban intrigadas. Los niños las recogían y confeccionaban con ellas una especie de colchones en los que jugaban complacidos. Primero pensamos que se trataba de alas de mariposas, devoradas por los pájaros, pero los entomólogos pronto refutaron nuestra suposición. Era tal cantidad de alas, tan rara su textura y su color, tan grande la variedad de tamaños, que no podía explicarse su presencia con base en los insectos conocidos. Algunos fenómenos extraños acompañaron la proliferación de alas: aumentaron la violencia y los suicidios; las iglesias y los campanarios se llenaron de grietas; algunos niños asesinaron a sus padres que dormían; de vez en cuando se oían desgarradores gritos; se incendiaron los parques y mercados; las noches se tornaron más oscuras. Todos abandonaron sus hogares, la ciudad se vació. Terminé vagando solo por una ciudad que se volvió ruinas. Las alas me dificultaron los pasos. Dediqué todo mi tiempo y los cada vez más escasos períodos de luz a investigar el fenómeno de las alas. Después de muchas lecturas, pesquisas y meditaciones, llegué a la única respuesta posible: por alguna razón, que no vislumbro, se murieron los ángeles.

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