Érika P. Buzio
Reforma. Ciudad de México (25 de julio de 2007).- Con su novela El conquistador, el escritor argentino Federico Andahazi urdió una "venganza poética" al invertir la historia de la Conquista, narrando las aventuras del héroe mexica Quetza, quien descubre el Nuevo Mundo, Europa, y a sus salvajes habitantes antes de la llegada de Cristóbal Colón a América.
"Es una pequeñísima venganza poética", afirma. "Esta novela tiene como propósito poner un espejo delante de España y del acto salvaje que significó la Conquista, que Europa sigue reivindicando, y yo digo que nadie que se llame democrático puede reivindicar semejante genocidio".
Andahazi imaginó la travesía del héroe mexica como un relato especular del episodio del descubrimiento y la conquista de América: si Colón se topó accidentalmente con el Nuevo Mundo buscando la ruta hacia las Indias, Quetza descubre Europa intentando llegar a Aztlán.
Quetza toca tierra en Huelva y su tripulación se horroriza al contemplar cómo arden las hogueras de la Inquisición, del mismo modo en que los conquistadores lo hicieron con los sacrificios humanos.
No falta tampoco un encuentro cara a cara entre Quetza y Colón, "poseedores del secreto de la redondez de la Tierra", en la corte de la Reina Isabel la Católica.
"Los escritores tenemos casi, diría yo, la obligación de reescribir la historia. Muchas veces, la historia ha sido escrita ya, no por los historiadores sino por la literatura, y yo creo en la verdad literaria", asienta.
Andahazi no pretendió hacer una novela histórica y no teme al juicio de los historiadores.
"Una novela no tiene por qué ser verdadera, pero sí debe ser verosímil, y me parece que El conquistador nunca se aparta demasiado del camino de la verosimilitud".
Convencido de que toda novela surge de un hecho fortuito, encontró el principio de su relato en uno de los murales de Diego Rivera en el Palacio Nacional.
"En ese fantástico mural donde narra la historia de México, hay un fragmento que me resultó enigmático: una barca navegando hacia levante con un personaje dentro, y detrás un sol invertido. ¿Por qué no continuar con ese relato pictórico de Rivera?".
Así concibió las aventuras de Quetza, un huérfano que se salva de morir sacrificado, criado por un viejo sabio, que trazó antes que Copérnico las cartas celestes más precisas, se adelantó a Toscanelli al concebir el mapa del mundo, y supo que la Tierra era redonda.
"Es un representante arquetípico de la cultura mexica, pero también un espejo de Colón, Galileo, Copérnico. Sintetiza de alguna manera la sabiduría de ambos mundos".
Pero más enigmático le resultó a Andahazi descubrir cómo la trama se enlazaba con su propia biografía; mientras escribía la novela, nació de forma prematura su hijo Blas, con 25 semanas.
"Casi escribí esta novela con la idea supersticiosa de escribirle un destino a mi hijo. Y con la misma elegancia y temple de Quetza, mi hijo sobrevivió también".
Por El conquistador, novela ganadora del Premio Planeta 2006 en Argentina, el autor enfrentó una demanda por el presunto plagio de la obra Los indios estaban cabreros, pieza teatral del dramaturgo Agustín Antonio Cuzzani estrenada en 1958. Promovida por los herederos del autor, la demanda fue desechada por un juzgado de Buenos Aires.
"No conozco la obra, no la vi, no la leí y no hay punto de coincidencia, y lo que sí va a haber ahora es un juicio por calumnias e injurias", afirma.
Como antes en El anatomista y Las piadosas, el autor recurre al pasado en El conquistador.
"Cada vez que termino una novela situada en el pasado remoto", asegura, "termino hablando de la actualidad".
Y en ese pasado remoto, Andahazi confiesa haber encontrado la libertad absoluta para crear.
"El presente nos condena a la mirada de nuestros contemporáneos; en cambio, con una novela situada en los siglos 15 y 16, al no quedar testigos, uno puede mentir a su antojo. Sospecho que por el camino de la mentira se puede reconstruir la verdad. Y los escritores son mentirosos profesionales".
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