"Del mismo modo un Estado total
presupone al menos un solo Hom-
bre total.”
Ernst Jünger, Sobre el dolor, 1934.
“Los pueblos no sufren, sufren las
personas.”
J. Antonio Marina, La lucha por la
dignidad,
La vida de los otros
Tania Helena Rodríguez López
Hay mentes esclarecidas a las que llaman visionarias, son aquellas que, no obstante el contexto socio-histórico en el que les ha tocado vivir, logran “ver” más allá, no se adormecen ni se dejan seducir por cantos de sirenas. Inteligencias que, como bien sostiene Antonio Marina: “prolonga(n) la realidad, la transfigura(n), la mantiene(n) en estado de parto”.(La lucha por la dignidad , pág.18)
Vi, sentí, padecí y gocé el filme La vida de los otros , cuyo guión y dirección se funden en una sola persona: Florian Henckel von Donnersmarck. Ambientada en
Una Alemania Occidental sumida en el silencio y la vergüenza y una Alemania Oriental que se decanta por el comunismo; es decir, por un sistema político cuyo aparato represor tiende al lenguaje totalitario: O se está con el Estado o se es traidor.
Un valor esencial para el hombre, como es la libertad, queda, ergo, conculcado, porque no se admiten ni disensiones ni mucho menos actos autónomos. Todo queda plegado a la religión del “deber laico” (en palabras de Lipovetsky).
Para precisar, si hablamos de valores, necesitamos definirlo. La siguiente afirmación es la que más me satisface. Un valor es “todo aquello que lleve al hombre a defender y crecer en su dignidad de persona ( por ende, todo) valor moral conduce al bien moral”, tenemos, entonces, que el valor es un biendescubierto, reconocido. En cada quien se encuentra la posibilidad de descubrir y elegir por cuál de los valores estaría dispuesto a morir.
¿De qué dependen los valores? ¿Hay jerarquías entre ellos?¿Puede haber valores subjetivos u objetivos? ¿Hay valores trascendentes? ¿Tenemos cegueras axiológicas? Si es así...
¿Cuál es el camino que nos lleva a quitarnos las cegueras axiológicas? ¿Cómo posibilitamos que la lucidez se encarne y abramos los ojos desde adentro, desde lo más entrañable?
Si el desarrollo humano y la lucha por la dignidad tienen como nutrimento los valores ¿cómo se pueden reconocer lo valores y los anti-valores? Para esto no debemos de olvidar que la palabra clave es la dignidad.
Ahora bien, la pregunta fundamental para comprender la evolución del personaje de Wiesler la plantearíamos asi: ¿qué es lo que hace que en un momento determinado podamos optar por una decisión autónoma, libérrima y que rompamos el cerco de la moral que se nos ha insuflado?
Si los valores que he elegido dicen quién soy ,así mismo, una sociedad se define, en su esencia, por los valores que asume.
En el filme La vida de los otros se nos presenta una situación que nos permite penetrar en la vida cotidiana de los ciudadanos de Alemania Oriental.
Alemania Oriental es una sociedad totalitaria en donde el imperativo categórico es la proscripción de la libertad y la instauración de la delación como un valor social.
Se nos dice, al comenzar el filme, que en Alemania Oriental
¿Qué es lo que lleva a un Estado a convertirse en un Argos redivivo con miles de ojos para vigilar y constreñir la vida de los ciudadanos?
Un estado paranoide, desconfiado, miedoso, que, por contra, espía, vigila, escucha, y se adelanta, incluso, a posibles traiciones. ¿Dónde queda la solidaridad, el compañerismo, y la compasión, si el “otro” es considerado siempre un reservorio de traiciones?
La libertad, que es la corola de la dignidad, se arruma para darle cabida a la sumisión, a la entrega de la mismidad. Se entra en el lugar jabonoso de los fundamentalismos. Se inhibe la capacidad de pensar, de actuar y, por supuesto, de decidir.
Yo me pregunto ¿qué es lo que hace que Gerd Wiesler ese capitán de
¿Espiar? ¿Torturar? ¿Enseñar técnicas de acoso para reblandecer las conciencias y los cuerpos y una vez reblandecidos se transformen en delatores?
No debemos negligir el hecho de que Wiesler es maestro, alguien que “muestra” cómo ser un inquisidor efectivo que cobre voluntades.
De ahí que Wiesler signe con una “+” a aquél alumno que manifiesta un átimo de compasión por el sospechoso de traición al Estado, cuyo interrogatorio es escuchado a través de una grabación en la clase que imparte el capitán de
Wiesler ha sido entrenado en el deber. Y todo el deber deviene en el Estado. No hay más. La voluntad se sacrifica porque, como bien señala Lipovestsky, “Las obligaciones superiores hacia Dios no han sido sino transferidas a la esfera profana.” ( El crepúsculo del deber, pág.11) El Estado es el poder absoluto. Una utopía siniestra que tiene su relato en la novela de 1984 de George Orwell.
Creo que no es arbitrario que la fecha en que inicia el filme sea, precisamente, el de 1984, y que el nombre del personaje que Wiesler espiará, sea el de Georg Dreyman. No debemos de soslayar que Orwell fue de los pocos intelectuales que se atrevieron a criticar lo que sucedía en los países comunistas, cuando otros grandes pensadores obnubilaron su razón y la mantuvieron en una ceguera ante lo que el mismo Stalin hacía ( como pasó con Jean Paul Sartre). No podemos olvidar que en los países totalitarios, más allá de que se propiciara el culto a la personalidad, estaba la negación de la individualidad, la alienación, el secuestro de lenguaje y la negación de la memoria y, sobre todo, de la historia.
Una sociedad carcelaria que lleva los barrotes a la conciencia, que extiende su control hacia lo más entrañable: la propia intimidad.
Wiesler, aparentemente, es el capitán de un sistema que no admite fisuras, ha sido educado en la disciplina y la austeridad, en el orden militarizado que no admite la emoción ni la sensibilidad. Lo opuesto a Georg, quien escribe, toca el piano, y se permite amar con entrega de si. Ama a Christa- María, a su amigo Jerska y su otro amigo, Paul Hauser. El amor y la compasión, la comprensión del otro, tienen su refugio en este dramaturgo.
Wiesler, no obstante, también cree en lo que hace. Para él la delación es un valor porque en esa ética metamorfoseada del totalitarismo, ha quedado validada.
Su vida rutinaria de cancerbero del sistema se va fisurando cuando entra en contacto con el mundo de Georg y Christa-María. Su cambio se va gestando paulatinamente. Se va volviendo un ojo y una oreja cómplice. Escucha cómo Georg interpreta al piano la música de Beethoven y llora. Revisa con unción el espacio que la pareja Georg-Christa-María habita y se roba el libro de Brecht.
Brecht, el autor que denuncia la intolerancia y que puede decir, en aquel poema conocido:
Primero se llevaron a los comunistas,
pero a mi no me importó,
por que yo no lo era.
Luego se llevaron a los obreros,
pero no me importó;
por que yo no lo era.
Luego apresaron a unos curas,
pero como no soy religioso,
tampoco me importó.
Ahora me llevan a mí,
pero ahora ya es demasiado tarde.
Georg busca el libro de Brecht y no lo encuentra, y vemos cómo Wiesler entretiene su soledad con el libro robado. La belleza literaria lo ha tocado . Ha entrado a la esfera del Arte.
Kundera, escritor checo, conocedor de los cepos que una sociedad comunista va poniendo, narraba en una de sus novelas La broma como el sentido del humor es lo primero que desaparece en un sistema así.
La risa es subversiva, se le teme porque a través de ella se pueden observar los pies de barro de los gigantes.
Es emblemático de esto la situación que se da en el comedor cuando el coronel Antón Grubitz escucha el chiste que un joven funcionario hace de un jerarca del partido. Lo amenaza y después él mismo cuenta un chiste, pero le cumple la amenaza: lo vemos, años después en una mesa, atrás de Wiesler, abriendo la correspondencia frente a una maquinita de vapor.
La intolerancia , la falta de respeto y el abuso que cometen sus superiores le van permitiendo a Wiesler (pese a su rostro de piedra) este lento cambio.
Se siente tocado e identificado con Georg, le permite –mediante el truco del timbre- que sepa de la infidelidad de Christa-María.
Wiesler escucha, mira (voyeurista entregado), husmea, huele, todo lo que le llega de la pareja. Al calor de los rumores amorosos se despierta un pequeño relámpago en su interior: el también desea. Su encuentro con la prostituta pretende ser una búsqueda más allá de la carne. Ese intento de cercanía fracasa: es un simple choque epidérmico. Ella se niega a extender más su visita furtiva. Wiesler se queda anhelante en su soledad. Sigue, con la mirada naufragada, a ese cuerpo harinoso y flácido que se aleja .Wiesler se fisura. Cambia. Actúa de una manera autónoma, toma decisiones, enfrenta a Christa y le pide que se sostenga como la gran artista que es. Le recuerda que hay un público que la admira. Se declara parte de ese público que le regala su mirada al arte de Christa. Ese mínimo homenaje verbal le permitirá a la actriz regresar al departamento de Georg con la vehemencia de quien disfruta momentáneamente del centro de su ser.
Christa es un personaje triste. Descentrada, adicta al aplauso y a las drogas, traiciona, no obstante que tiene su momento donde podía haber elegido ser distinta. Por eso, cuando sufre el accidente (queda la duda si fue suicidio) su frase tiene la carga de la mala conciencia:”No pude, fui débil”, le dice a Wiesler. Con esa frase humilde de s-e-r- e-n-r-e-f-l-e-x-i-ó-n, se salva aunque sea un poco.
Leal al sistema en que ha crecido, furibundo defensor de los valores patrióticos, Wiesler va penetrando en otra esfera, en la de la emoción y la sensibilidad.
La escena del elevador es una prueba de la transformación de Wiesler. Frente a la pregunta del niño, pretende , de una forma impulsiva, asumir nuevamente la postura de inquisidor. Y se frena. Tiene voluntad de cambiar.
Sabe, a través del espionaje de la vida de Georg, que existe otra forma de vivir. Y lo más importante: otra forma de sentir.
Georg, que había sido casi un intelectual orgánico del sistema, se ve violentado con el suicidio de su amigo Jerska.
Aun siendo un privilegiado del sistema Georg toma el riesgo de escribir un artículo en donde publica las estadísticas silenciadas por el gobierno: la de los suicidios, que tal parece tienen una tasa elevadísima.
El acto de disensión de Georg hace eco en Wiesler. Lo vuelve cómplice silencioso pero eficiente. Wiesler salva a Georg y con ese acto único de bondad, de valentía, y de renuncia de sí, se elige como hombre altruista.
Con ese gesto que lo delata frente a Grubitz crece en humanidad, se reinventa como persona. Vindica su libertad. Se hace autónomo. Actua y se atiene a las consecuencias de su acto.
Al ver la marca roja de la cinta de la máquina de escribir en su expediente, Georg finaliza su anagnórisis, la que había comenzado en su encuentro con el ex ministro de cultura Bruno Hemph, sabe quién lo salvó. Sigue a Wiesler, por una vez se invierten los papeles, funge como espía de su propio espía. No se acerca, lo mira desde lejos, arrastrando su maleta llena de cartas que reparte en el barrio.
La gratitud ese valor grandioso se da al final , cuando Wiesler abre el libro de Georg. Es en el único momento en el que lo vemos sonreír: “es para mí”.Con su acto de repudio al sistema que castiga, Georg también le muestra, (sin saberlo por supuesto) a Wiesler, que se puede erguir en conciencia crítica. Pero, también al ser solidario con el amigo, amoroso con C.María, le permite a Wiesler atisbar en un mundo diferente al que él había conocido hasta el momento de entrar en contacto con la vida de Georg. Lo aleja de la no-reflexión.
Wiesler cubre, encubre, es desleal al paradigma que lo ha sostenido.
Abre su mente a otros valores y se sacrifica. Experimenta un nuevo paradigma.
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