"En un tiempo pensaba que ser humano era el objetivo más alto que podía tener un hombre, pero ahora veo que estaba destinado a destruirme. Hoy me siento orgulloso al decir que soy inhumano, que no pertenezco a los hombres ni los gobiernos, que nada tengo que ver con credos ni principios. Nada tengo que ver con la crujiente maquinaria de la Humanidad: ¡pertenezco a la tierra! Digo esto con la cabeza reclinada en la almohada y siento los cuernos que me brotan de las sienes. Veo a mi alrededor a todos esos antepasados míos bailando en torno a la cama, incitándome, flagelándome con sus lenguas viperinas, sonriéndome y mirándome de reojo con sus siniestras calaveras. ¡Soy inhumano! Lo digo con una sonrisa demente, alucinada, y seguiré diciéndolo aunque lluevan cocodrilos. (...) Codo a codo con la raza humana corre otra raza de seres, los inhumanos, la raza de los artistas que, estimulados por impusos desconocidos, toman la masa inerte de la humanidad y, mediante la fiebre y el fermento que la imbuyen, convierten esa pasta húmeda en pan y el pan en vino y el vino en canción. Con el abono muerto y la escoria inerte producen una canción que se contagia. Veo esa raza de individuos saqueando el universo, dejando todo patas arriba, con los pies chapoteando, siempre en sangre y lágrimas, con las manos siempre vacías, siempre tratando de agarrar y asir el más allá, al dios inalcanzable: matando a todo lo que está a su alcanze para calmar al monstruo que les roe las entrañas. Lo veo cuando se arranca el cabello en su esfuerzo por comprender, por aprehender lo que es eternamente inalcanzable, lo veo cuando braman como bestias enloquecidas y se precipitan dando cornadas, veo que está bien y que no hay otro camino. Un hombre que pertenezca a esa raza ha de subir al lugar más alto y arrancarse las entrañas, mientras pronuncia palabras incoherentes. ¡Está bien y es justo, porque debe hacerlo! Y todo lo que se quede corto con respecto a ese espectáculo espantoso, todo lo que sea menos escalofriante, menos aterrador, menos demencial, menos embriagado, menos contagioso, no es arte. El resto es falso. El resto es humano. El resto corresponde a la vida y a la auscencia de vida. (...) Hoy tengo conciencia de mi linaje. No necesito consultar mi horóscopo ni mi árbol genealóico. De lo que está escrito en las estrellas, o en mi sangre nada sé. Sé que desciendo de los fundadores mitológicos de la raza. El hombre que se lleva la botella sagrada a los labios, el criminal que se arrodilla en el mercado, el inocente que descubre que todos los cadáveres apestan un poco, el loco que baila con rayos en las manos, el fraile que se levanta las faldas para mearse en el mundo, el fanático que explora las bibliotecas para encontrar la Palabra: todos ellos están fundidos en mí, todos ellos provocan mi confusión, mi éxtasis. Si soy inhumano es porque mi mundo ha sobrepasado sus límites humanos, porque ser humano parece algo pobre, lastimoso, miserable, limitado por los sentidos, restringido por preceptos morales y códigos, definido por trivialidades e ismos. (...)
Puede que estemos condenados, que no haya esperanza para nosotros, para ninguno de nosotros, pero si es así, ¡lancemos un último alarido agónico, espeluznante, un chillido de desafío, un grito de guerra! ¡Al diablo las lamentaciones! ¡Al diablo las elegías y las endechas! ¡Al diablo las biografías y las historias, las bibliotecas y los museos! Que los muertos se coman a los muertos. Bailemos los vivos en el borde del cráter, bailemos la última danza agónica. Pero ¡una danza auténtica!"
Henry Miller.
1 comentario:
cuánta, pero cuánta luz...
el texto preciso en el momento exacto.
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