diciembre 23, 2010

El Diario de un López.


MI QUERIDO DARÍO: NUNCA ES PARA SIEMPRE
Para ti que nada te sorprende y vas de la vanguardia a la retaguardia como en la cuerda floja cayendo una y otra vez en el vacío, ven a olvidarte de esa misión histérica. eso rezaba aquella marquesina. La entrada al lugar no provocaba exactamente un recogimiento espíritual, pese a ello, como desde el fonde del confesionario en forma de rockola, un canto gregoriano esparcía su incienso en aquella atmósfera. Mi querido Darío había dado el mal paso esperando algo bueno. La anfitriona lo tomó de la mano y lo condujo al trote mientras él iba al galope hasta un cómodo gabinete donde la luz roja se convertía en morada. Ahí moró durante cinco tragos.

Tal efecto fue el que quizá le provocó la alucinación que se sentó a su lado ofreciéndole toda esa lencería por el mismo precio. Darío pidió otro trago que fueron dos. La arrancatragos lo llevó más allá de su efectivo, no obstante, guiñándole una pestaña postiza encima de la sonrisa que la luz negra detataba que también los dientes eran artificiales, le dijo que aceptaba tarjetas de crédito. Acto seguido que perseguía ser acto sexual, hechos bola bajo la mesa empezó el regateo, que rayaba en la apuesta de prendas. Ella no tenía mucho que perder, pero Darío, que en esa ocasión vestía sus mejores galas, veía cómo las arrugas daban paso a las rasgaduras y los besos de bilé convertían su blanca camisa de seda más bien nylon en un mantel de fonda recién manchado. La manchamanteles proseguía ahora con la fuerza del huracán tocando tierra.

En eso la luz que se desprendía de una linterna voyerista, torraquera como decían en su pueblo, provocó que la masa en sí falica se redujera a su mínima expresión. Tal vez esto era peor que un coito interrumpido. Toda aquella sangre coagulada, amorcillada, en el interior causaba ese malestar universalmente conocido como calentón, calambrón o empacho de las gónadas. La arrancarredadas cobró lo suyo por partida doble y Darío casi fue a dar a la comisaría, si no hubiera sido porque el Todopoderoso, Divino él, sacó la charola diciendo que todos eran sus hijos y que la próxima ronda corría por su cuenta.

Qué buen cuate. Señor, permítame ofrecerle el más humilde de los agradecimientos entre los aquí presentes. Vaya, vaya, que no fue nada. Y qué gran cuete. La larga cola en el besamanos termi´no de desfilar alrededor de las tres de la madrugada. Darío incluso lo hizo dieciocho veces, creyendo saldar a sí la cuenta. Porque la arrancacarteras lo había dejado en la calle pero aún dentro de las rejas de aquella ratonera.

Optó por terminar, gorreando un trago por aquí, otro por allá, hasta la total obnubilación, esa que en el sueño auxiliador transforma los ronquidos en suspiros. Entonces el sacaborrachos, cómplice y todo de la arrancasuspiros, se echó al hombre al hombro como un costal de papas fritas, pues no pesaba tanto como las crudas, y lo aventó entre bote y bote de basura al callejón de la vida aquella a la cual pertenecía. Darío despertó al tercer día y en cuanto pudo se dispuso a reencarnar en una fina persona.

Jaime López, El diario de un López, Rhythm&Books, 2010.

1 comentario:

La Rumu dijo...

Corro a conseguirlo!