abril 19, 2008

El árbol

"El cuento posee cierta superioridad sobre la novela, incluso sobre el poema." Edgar Allan Poe.

Con frecuencia me pregunto: ¿qué pretendemos cuando abordamos las formas nuevas del relato, del cuento, corto, breve o brevísimo? ¿De qué manera enfrentamos esa vaga o tajante indiferencia de lectores y editores hacia este género inasible que a lo largo de las edades permanece obstinadamente al lado de los otros grandes géneros literarios que parecen perpetuamente opacarlo, anularlo? Sé que de muy diversos modos: transformándolo, cambiando su sentido, su configuración; dotándolo de intenciones diferentes, a veces reduciéndolo sin más al absurdo, y aún disfrazándolo: de poema, de meditación, de reseña, de ensayo, de todo aquello que sin hacerlo abandonar su fin primordial - contar algo -, lo enriquezca y vaya a excitar la imaginación o la emoción de la gente. En pocas palabras, ni más ni menos que lo que los buenos cuentistas han hecho en cada época: darle muerte para infundirle nueva vida.

En algún día de algún año del sigloIV de nuestra era, en su casa de la ciudad de Burdigala, la actual Burdeos, el gran poeta latino Décimo Magno Ausonio escribió lo que en aquel tiempo se llamaba un epigrama y hoy me atrevería a llamar un cuento:

"SOBRE UNO QUE ENCONTRÓ UN TESORO CUANDO QUERÍA COLGARSE DE LA SOGA

Un hombre, en el momento de colgarse de una soga, encontró oro y en el lugar del tesoro dejó la soga; pero quien lo había escondido, al no encontrar el oro, se ató al cuello la soga que sí encontro" (Trad. de Antonio Alvar Ezquerra.)

Pudeo ver, de pie, al retórico Ausonio, el poeta inmortal de la caducidad de las rosas y de la vida, pidiendo a sus jóvenes y aristocráticos discípulos que ese día desarrollaran una composición, en prosa o en verso, con aquel argumento lleno de posibilidades para imaginar y describir largamente el origen, la condición y el carácter de aquellos dos extravagantes personajes que en tan escasos minutos cambian radicalmente sus destinos como consecuencia de un simple azar.

Hoy algunos, y yo entre ellos, preferirían quedarse con el escueto enunciado, y dejar que sea el lector quien ejercite su fantasía creando por su cuenta los posibles antecedentes y consecuencias de aquel hecho fortuito. En honor de la brevedad, es cierto; pero también de muchas otras cosas.

Pues no se trata tan sólo de una superficial cuestión de forma, de extensión o de maneras. Cualesquiera de éstas que el escritor adopte a través del tiempo, de los cuentos que logre perdurarán únicamente aquellos que hayan recogido en sí mismos algo esencial humano, una verdad, por mínima que sea, del hombre de cualquier tiempo. Y de ahí su dificultad y su misterio. Ninguna innovación, ninguna ingeniosidad narrativa, ningún experimento con la forma que no sestén sustentados en la autenticidad de los conflictos de cada personaje, consigo mismo y con los demás harán por sí solos que determinados cuentos y sus autores se establezcan y perduren en la memoria literaria.

A mediados del siglo pasado, en los Estados Unidos, Edgar Allan Poe perseguía el horror - y también el ridículo: con frecuencia se olvida que Poe escribió cuentos humorísticos -, el horror escondido en lo hondo de cada ser humano: lo buscaba en su propio interior, ahí lo encontraba y lo ofrecía tal cual; en Rusia, Anton Chejov, por su parte, llevaba dentro de sí la melancolía, la reconocía en las vidas y en las relaciones de quienes lo rodeaban, eso recogía y eso daba, con humor y con tristeza; Guy de Maupassant, en Francia, tendía a lo insólito y lo pintoresco, no pocas veces también al horror que en todo ello pueda haber, y eso nos legó, y su herencia es muy grande.

Nunca agotadas del todo estas posibilidades, el escritor de hoy retoma lo que queda de ellas, y con ellas trabaja; pero aunque en ocasiones recurra además a los avances de la psicología en su sentido de ciencia más estricto, intenta ir más allá, y para ir más allá recuerda a Baudelaire y sus poemas en prosa, y un mundo se le abre, y por ahí comienza una vez más a explorar; y de esta manera el cuento se acerca a una nueva sinceridad, a una nueva eficacia en su búsqueda de la alegría o la tristeza escondidas en los seres vivos y en las cosas. Y hemos de creer que a veces lo logra.

La imaginación y la realidad nos dan generosamente la meteria, las situaciones, las tramas de los cuentos; pero es sólo la elaboración artística lo que puede infundirles vida. El mundo, este día, este momento, están llenos de pequeños y grandes sucesos, reales o imaginarios, que el trabajo puede convertir en cuentos; pero son muy pocos los que he hecho míos. La vida es como un árbol frondoso que con sólo ser sacudido deja caer los asuntos a montones; pero uno puede apenas recoger y convertir en arte unos cuantos, los que verdaderamente lo conmueven; y éstos son para unos cuentistas y aquéllos para otros; y gracias a eso hay tantos cuentistas en el mundo, cada uno trabajando el suyo, o los suyos; y lo bueno es que el árbol no se agota nunca; no se agotaría aunque lo sacudiéramos todos al mismo tiempo, aunque al mismo tiempo lo sacudiéramos entre todos.

Augusto Monterroso

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