octubre 08, 2007

Memoria de la disipación


foto: Federico de Jesús

Lo mejor del consumo desmedido de estimulantes es que le conceden a la piel un tono amarillento pertinaz que permite la identificación entre los disipados.

[…]

En ninguna circunstancia bebo agua, ese mineral abominable. La cerveza me parece ingrata: se repite mucho cuando está fría. Sin embargo, bien administrada puede ser útil; permite revivir durante toda la tarde los sabores más caprichosos de una comida especiosa. Hay que agregar a favor de esta bebida que en la ciudad de Baltimore – tengo una rara fijación por ese puerto que no viene al caso comentar- hay una serie de barrios que alguna vez fueron de marineros. En las calles de esos vecindarios aún sobreviven tabernas idénticas a las que debió de visitar Edgar Allan Poe en su voluntarioso ascenso hacia el delirium tremens. Ahí se conserva la buena costumbre irlandesa de beber malta al tiempo.

Para los vinos suelo seguir los consejos de Hoffman: Champaña cuando mi alma deambula por una atmósfera de opereta, y borgoña cuando estoy de talante heroico. Para experiencias religiosas el romántico alemán recomienda los vinos de Rhin. Ahí planto mi desacuerdo; aprendí de mi abuelo que las bebidas dulces son una mariconada. Prefiero los vinos de Rioja para las ocasiones solemnes y de Toro para los asuntos de vida o muerte.

También consumo licores dependiendo de los estados por los que transita mi alma. He categorizado las correspondencias entre ánimos bebidas basado también en las consideraciones de Hoffman. Según él, los sentimientos posibles son: 1. Espíritu levemente irónico temperado de indulgencia. 2. Espíritu de soledad con profundo descontento de mí mismo. 3. Alegría musical. 4. Entusiasmo musical. 5. Tempestad musical. 6. Alegría sarcástica insoportable a mí mismo. 7. Aspiración a salir de mi yo. 8. Objetividad excesiva. 9. Fusión de mi ser con la naturaleza. He llegado a pensar, como creo que pensaba el divino Baudelaire, que este barómetro del alma no es sino la descripción razonada de una dilatada borrachera. Siguiendo los pasos de mis maestros, he diseñado una tabla de licores que me ceden su espíritu. Para alcanzar un estado levemente irónico templado de indulgencia: anís seco. Para una sensación de soledad con profundo descontento de mí mismo: ron. Alegría musical: ginebra. Entusiasmo musical: vodka. Tempestad musical: tequila [que es un mezcal]. Alegría sarcástica insoportable a mí mismo: brandy. Aspiración a salir de mi yo: Grand Mariner. Objetividad excesiva: whisky. Para fundirme con la naturaleza: metanol. Cuando se buscan estados más complejos, basta con preparar cócteles.

Además de las coincidencias entre Tempestades y mezcales, a este señor le compro la idea de don Andrés Brumell-Villaseñor, de traerse los restos de Poe al jardín lúgubre de su casa. Salud por eso!

Enrigue, Álvaro (1996), La Muerte de un instalador, Planeta, México, pp 145.

2 comentarios:

andres gonzalez dijo...

hum...si voy a escribir...vino (acá es bastante bueno, ya lo sabrán)

si voy a compartir con algunos amigos y amigas...ron

si voy a jugar póker o hay pista para ponerse a hablar aquellas cosas que no hablamos en otras circunstancias...whisky

si quiero salirme de madre...vino blanco o vodka

tallarin cervecero dijo...

mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm interesante