octubre 23, 2007

Confesiones Hemipléjicas.

Estoy tan lleno de soledad que no quepo más en mí mismo. Las palabras han terminado por hundirme en un abismo sin fondo. He escrito tantas palabras, le he faltado tanto al respeto a los rostros que se ocultan en cada letra, que la vida me ultima en cada copa que bebo. Y no puedo dejar de hacerlo. Ni escribir ni beber. Creo que escribir es estar al borde del precipicio (acción y efecto de precipitarse). Pues bien, tenemos esa ecuación irrefutable: letras + alcohol = soledad. Nadie tiene por qué soportar los extravíos de un bebedor irresponsable. Pero es que cada palabra que escribo me acerca más a la brasa que permanece por debajo de la ceniza que es mi piel. Soplarle a esa ceniza equivale a la mano caritativa que raspa mi rostro hasta quitarme la coraza. Esa mano caritativa es la que me invita a beber. Perder el control en la vida y en la escritura. De eso se trata. Irse de bruces. Si no lo haces cuando escribes o cuando bebes, ya no lo hiciste nunca. Todo parece estar detenido con alfileres. Las palabras están a un paso de extraviar su significado. Cada palabra es un tramo de agonía. Su corazón languidece. Cada palabra es un corazón, y su significado es la sangre que escurre. Solamente deberíamos publicar las hojas que arrojamos desde la azotea y que nunca tocan el suelo. Que se mantienen describiendo movimientos cadenciosos en el aire, tomándole el pelo al aire. Jugando con la ley de la gravedad. Las palabras y el alcohol van de la mano. Las palabras extraen lo peor de ti. El alcohol extrae lo peor de ti. Siempre se está a un paso de escribir. Cada palabra es una obcecación. Siempre se está a un paso de beber. Cada trago es una obcecación. Aún mayor. Atrás de cada palabra hay una lucha sangrienta. Cada palabra finalmente ve la luz porque ha logrado sobreponerse al infortunio. Cada palabra es sobreviviente. Pesó en ella más el sentido de supervivencia. Cada trago que resbala por la garganta es resultado de la misma lucha. Atrás de cada trago hay un estira y afloja con la vida. El precio que se paga por cada palabra es alto. Tan alto como el hundimiento. Caer en el vacío más negro es el precio que se paga porque aquellas palabras aparezcan acomodadas siguiendo una suerte de ritual. Bien acomodadas en una hoja. Tan bien formadas como un grupo de niñas en la ceremonia de la bandera. Todas mirando atentamente el emblema nacional. Así miran las palabras a quien las lee. Riéndose socarronamente. Primero a quien las escribe y después a quien las lee. Así mira el trago a quien lo va a beber. Está ahí, con la forma del recipiente que lo contiene. Mira atentamente al bebedor. También ha costado mucha sangre. Como una palabra, ese trago incendia el corazón de un hombre. Lo consume en las brasas de la desesperación, la soledad y la tristeza. Si tan sólo se pudiera beber en un clóset. Encerrarse con una botella y beber, sin luz, sin interlocutores, sin distracciones. Sin nada más que unas cuantas cosas, las cosas que se guardan en un clóset, y que son las que más nos recordarán a su propietario cuando muera. Un hombre no es él y las palabras que ha escrito, un hombre no es él y los tragos que ha bebido. Un hombre es las cosas que deja al morir. Sus zapatos, sus calcetines, su cinturón, algún reloj, algún anillo, un par de peines, su cepillo de dientes. Esas cosas contienen el pulso de ese hombre. Si alguien se acerca al oído las llaves de un hombre muerto, va a escuchar claramente el tintineo que hacían las llaves en el pantalón de ese hombre. Y aun así hay quien tiene razones para escribir.

E. Ruvalcaba, Una cerveza de nombre Derrota.



Carlo: He aquí un libro que recomiendo a todos los que nos esforzamos por escribir algo digno, y para aquellos otros que olvidan que escribir es más un asunto instinto y menos técnico. Más de la cama y menos de la oficina. Más artístico y menos burocrático. Salud por este primer aniversario. ;)

1 comentario:

Lu García dijo...

Creo que escribir es estar al borde del precipicio (acción y efecto de precipitarse)

Salud por el aniversario!