Mi vida esta enmarcada en letras.
Cuando estaba yo en el útero, mis padres me leían en voz alta lo que fuera que se encontraban a la mano, periódicos, recetas y hasta las etiquetas de los frascos de mermelada. (pedagogos al fin)
De bebé antes que comprarme sonajas o peluches me compraban libros de plástico o de cartón, con los que me acompañaban a la tina o me servían de mordedera. Si bien estos libros-juguetes no decían nada me acostumbraron a pasar las hojas, a sentir las portadas, a cachondear los libros.
Por eso no hice la menor gracia cuando a los tres años ya sabia leer bastante bien, por cierto que esto causó que le diera el susto de su vida a mi abuela patera cuando le deletreé la primera plana del Excelsior (Este niño está enfermo – le dijo a mi madre – está enfermo o trai el diablo adentro)
Sin embargo, todo lo anterior no me representa nada, son apenas recuerdos vagos, porque leer, lo que se dice leer, lo aprendí cuando tenia unos ocho años.
En contraste con los recuerdos anteriores lo que pasó ese día esta sorprendentemente bien grabado en mi memoria, recuerdo a mi padre trepado a una silla con un trapo, quitando el polvo de su estudio y buscando lugar para la tanda de libros que había comprado ese día. Desde las alturas tomó unos cinco o seis libros con su mano y los puso en la mesa, todos tenían el lomo blanco y eran del mismo tamaño. Como buen niño curioso y metiche tomé uno.
Lo primero que llamó mi atención fue su color, era blanco amarillento y su pasta delgada estaba muy cuarteada, algunas letras del título estaban bastante borrosas. Era lo mas viejo que había visto en mi vida y me parecía inverosímil el que pudiera existir algo tan antiguo y tan poco brillante.
Sin embargo la impresión más duradera que me dejó fue cuando lo abrí, quedé apabullado por las letras en cada página eran miles, millones de letras, chiquititas y a dos columnas, una cantidad absurda de símbolos lo inundaba por paginas y paginas y paginas, sonará como cliché pero me traumó ver que no tenia un solo dibujito, fue como ver un pozo sin fondo, las letras que vi eran tantas que me pareció un libro infinito, que nadie podía terminar de leer jamás.
Se llama Los tres Mosqueteros – oí decir a mi padre – Atos, Portos, Aramis y Dartañan, el mejor espadachín de la reina.
¿Mosquiteros? ¿espada-chín? ¿Atosportosaraims? Sentí que el viejo había empezado a inventar palabras (cosa que hacia muy seguido, por otro lado) me reí de su broma como siempre lo hacia
En serio – continuó – así se llama. Lo escribió un señor que se llamaba Alejandro Dumas, Padre. Yo lo leí hace muchos años, si lo quieres, te lo regalo.
Me alegré como cualquier niño cuando le regalan algo, es gracioso como el solo sabernos dueños de algo a esa edad nos alegra tanto, aunque no sabia muy bien que haría con él, puesto que, repito, ver tanta letra me convenció que seria absurdo tratar de leerlo, pensé simplemente en ponerlo en mi librerito y TENERLO. Con eso me bastaba.
Supongo que mi cara reflejó algo de eso ultimo porque mi padre dejó por la paz al polvo de su librero y se puso a leerme el inicio de la novela.
No sé si fue la forma en la que lo leyó o si lo que contaba me llegó de alguna manera especial, quizá fue simplemente la admiración e idolatría que los niños tienen en sus padres, el hecho es que mientras él describía a D´artañan, a sus padres y su misión, quedé enamorado y decidido a leer, no tanto como un compromiso o como una obligación, simplemente quería saber más.
Noche tras noche, después de aquella tarde me dediqué a leer en mi cama, por primera vez en la vida, realmente leía.
Por primera vez sentí ese desdoblamiento en el héroe de la novela, por primera vez sentí lo que era tratar con varios personajes, adorados unos, detestados otros; por primera vez en la vida escuchaba espadazos sin verlos en una pantalla, veia la sangre correr sin que me diera miedo.
Uno para todos y todos para uno.
A diario me le preguntaba a mi padre, muchas cosas que no había entendido, la mayoría de las veces palabras que no había escuchado nunca y le quitaban sentido a lo que el libro decía.
Tardé muchísimo tiempo (o lo que en ese momento me pareció muchísimo tiempo) en leerlo todo, pero lo logré. Sentí que había logrado lo más difícil de mi vida y corrí por toda la casa como loco del puro gusto de haberlo acabado, nunca como entonces me había concentrado tanto en algo.
Me gustaría decir, para que sonara pretencioso, que con Dumas aprendí a leer, pero esto me parece muy inexacto:
Dumas fue, sin duda, quien me abrió la puerta a este hoyo de conejo infinito que es la literatura, con Dumas me di cuenta que la lectura no es nada mas un simple matatiempo, es un estilo de vida, una bendición, una maldición, una marca entre mis ojos, tan importante fue ese libro en mi vida que aun lo conservo y en este momento lo veo, es de la editorial Porrua, de esa bellísima colección sepan cuantos, número 73 de esa colección, editado en 1967.
Sin embargo, quien realmente me enseñó a leer, fue mi padre. Cuando iba con él a preguntarle alguna duda a veces me ilustraba mostrando su colmillo largo y retorcido o me llevaba a la enciclopedia para buscar la información cuando el mismo la ignoraba. Estos momentos eran los que hicieron que valiera la pena la lectura tan ardua de Dumas, sentía con mi papá una conexión que si bien estaba enraizada en nuestra relación padre-hijo, iba mas allá que esto. Estábamos Leyendo
Aprendí que leer bien un libro no es solo haber pasado tus ojos por todos los renglones de todas las paginas, es compartirlo, discutirlo, hablarlo, apropiarlo, hacerlo de uno mismo y hacerlo de mi para el mundo:
Así fue que mi papá me enseño lo único que realmente sé respecto a leer libros: la lectura, la BUENA lectura no es un acto solipsista, es un acto de amor.
Cuando estaba yo en el útero, mis padres me leían en voz alta lo que fuera que se encontraban a la mano, periódicos, recetas y hasta las etiquetas de los frascos de mermelada. (pedagogos al fin)
De bebé antes que comprarme sonajas o peluches me compraban libros de plástico o de cartón, con los que me acompañaban a la tina o me servían de mordedera. Si bien estos libros-juguetes no decían nada me acostumbraron a pasar las hojas, a sentir las portadas, a cachondear los libros.
Por eso no hice la menor gracia cuando a los tres años ya sabia leer bastante bien, por cierto que esto causó que le diera el susto de su vida a mi abuela patera cuando le deletreé la primera plana del Excelsior (Este niño está enfermo – le dijo a mi madre – está enfermo o trai el diablo adentro)
Sin embargo, todo lo anterior no me representa nada, son apenas recuerdos vagos, porque leer, lo que se dice leer, lo aprendí cuando tenia unos ocho años.
En contraste con los recuerdos anteriores lo que pasó ese día esta sorprendentemente bien grabado en mi memoria, recuerdo a mi padre trepado a una silla con un trapo, quitando el polvo de su estudio y buscando lugar para la tanda de libros que había comprado ese día. Desde las alturas tomó unos cinco o seis libros con su mano y los puso en la mesa, todos tenían el lomo blanco y eran del mismo tamaño. Como buen niño curioso y metiche tomé uno.
Lo primero que llamó mi atención fue su color, era blanco amarillento y su pasta delgada estaba muy cuarteada, algunas letras del título estaban bastante borrosas. Era lo mas viejo que había visto en mi vida y me parecía inverosímil el que pudiera existir algo tan antiguo y tan poco brillante.
Sin embargo la impresión más duradera que me dejó fue cuando lo abrí, quedé apabullado por las letras en cada página eran miles, millones de letras, chiquititas y a dos columnas, una cantidad absurda de símbolos lo inundaba por paginas y paginas y paginas, sonará como cliché pero me traumó ver que no tenia un solo dibujito, fue como ver un pozo sin fondo, las letras que vi eran tantas que me pareció un libro infinito, que nadie podía terminar de leer jamás.
Se llama Los tres Mosqueteros – oí decir a mi padre – Atos, Portos, Aramis y Dartañan, el mejor espadachín de la reina.
¿Mosquiteros? ¿espada-chín? ¿Atosportosaraims? Sentí que el viejo había empezado a inventar palabras (cosa que hacia muy seguido, por otro lado) me reí de su broma como siempre lo hacia
En serio – continuó – así se llama. Lo escribió un señor que se llamaba Alejandro Dumas, Padre. Yo lo leí hace muchos años, si lo quieres, te lo regalo.
Me alegré como cualquier niño cuando le regalan algo, es gracioso como el solo sabernos dueños de algo a esa edad nos alegra tanto, aunque no sabia muy bien que haría con él, puesto que, repito, ver tanta letra me convenció que seria absurdo tratar de leerlo, pensé simplemente en ponerlo en mi librerito y TENERLO. Con eso me bastaba.
Supongo que mi cara reflejó algo de eso ultimo porque mi padre dejó por la paz al polvo de su librero y se puso a leerme el inicio de la novela.
No sé si fue la forma en la que lo leyó o si lo que contaba me llegó de alguna manera especial, quizá fue simplemente la admiración e idolatría que los niños tienen en sus padres, el hecho es que mientras él describía a D´artañan, a sus padres y su misión, quedé enamorado y decidido a leer, no tanto como un compromiso o como una obligación, simplemente quería saber más.
Noche tras noche, después de aquella tarde me dediqué a leer en mi cama, por primera vez en la vida, realmente leía.
Por primera vez sentí ese desdoblamiento en el héroe de la novela, por primera vez sentí lo que era tratar con varios personajes, adorados unos, detestados otros; por primera vez en la vida escuchaba espadazos sin verlos en una pantalla, veia la sangre correr sin que me diera miedo.
Uno para todos y todos para uno.
A diario me le preguntaba a mi padre, muchas cosas que no había entendido, la mayoría de las veces palabras que no había escuchado nunca y le quitaban sentido a lo que el libro decía.
Tardé muchísimo tiempo (o lo que en ese momento me pareció muchísimo tiempo) en leerlo todo, pero lo logré. Sentí que había logrado lo más difícil de mi vida y corrí por toda la casa como loco del puro gusto de haberlo acabado, nunca como entonces me había concentrado tanto en algo.
Me gustaría decir, para que sonara pretencioso, que con Dumas aprendí a leer, pero esto me parece muy inexacto:
Dumas fue, sin duda, quien me abrió la puerta a este hoyo de conejo infinito que es la literatura, con Dumas me di cuenta que la lectura no es nada mas un simple matatiempo, es un estilo de vida, una bendición, una maldición, una marca entre mis ojos, tan importante fue ese libro en mi vida que aun lo conservo y en este momento lo veo, es de la editorial Porrua, de esa bellísima colección sepan cuantos, número 73 de esa colección, editado en 1967.
Sin embargo, quien realmente me enseñó a leer, fue mi padre. Cuando iba con él a preguntarle alguna duda a veces me ilustraba mostrando su colmillo largo y retorcido o me llevaba a la enciclopedia para buscar la información cuando el mismo la ignoraba. Estos momentos eran los que hicieron que valiera la pena la lectura tan ardua de Dumas, sentía con mi papá una conexión que si bien estaba enraizada en nuestra relación padre-hijo, iba mas allá que esto. Estábamos Leyendo
Aprendí que leer bien un libro no es solo haber pasado tus ojos por todos los renglones de todas las paginas, es compartirlo, discutirlo, hablarlo, apropiarlo, hacerlo de uno mismo y hacerlo de mi para el mundo:
Así fue que mi papá me enseño lo único que realmente sé respecto a leer libros: la lectura, la BUENA lectura no es un acto solipsista, es un acto de amor.
5 comentarios:
De verdadero amor.
Papito me regaló "Platero y yo" a mis 6 añotes.
Bah! me caes gordo, yo leí a los 4
por post como ésta, existe este blog, mil gracias por esta puerta en el tiempo, por escribir desde el corazón...
yo empecé a leer a los 6 años, supongo que soy la más retrasada hasta ahora. Y mi primera novela fue El joven lennon cuando estaba en primero de secundaria.
A mí lo que me llevó a aprender a leer fue las ganas enormes de saber que decía en el cuaderno que escribía mamá, sobre todo cuando estaba leyéndome los hermosos poemas que transcribía de libros de Neruda, benedetti, nervo, villaurrutia, etc. Nombres que para mis 6 años pertenecían a mis poetas favoritos de aquel entonces, pero lo que más ansiaba poder leer, eran aquellos versos que mi madre no podía leerme y que al pasar la vista por las líneas llenas de letritas se le mojaban los ojos de lágrimas y yo no hacía más que mirar el cuaderno como si de la nada ocurriría un milagro que me haría entender porque después de un rato mi mami cerraba el cuaderno y se metía en su cuarto para no salir el resto de la noche.
"fue como ver un pozo sin fondo, las letras que vi eran tantas que me pareció un libro infinito, que nadie podía terminar de leer jamás"
don Re, de verdad que este post es una obra maestra de lo sublime... la neta me dejó sin palabras. ojito de Remi, piel chinita y toda la cosa...
gracias por compartir esto con nosotros los sobrios
Psss, ese también fue uno de mis primeros tres libros. Está bien chingón, ahí lo tengo, aunque creo que mi edición es un poco condensada pues es de otra colección y sólo de 600 páginas o algo así.
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